La crisis sin final

Cuando decidí hacerme autónomo, allá por el año 2007, obligado porque mi antigua empresa decidió prescindir de mi y porque me horrorizaba la idea de ir a la oficina del paro, pensé que sería duro. Y lo fue.

Y entonces empezó la crisis. Le cambió la cara a este país: se entristeció, se arrugó, se escondió dentro de un caparazón de resignación. Empezaron los deshaucios, los despidos en masa y los recortes; la gente cada vez estaba más apagada.

En este contexto gris y apático, una parte de la sociedad no se resignó. Empezó en Barcelona en 2009 como un tímido movimiento de autodefensa contra los desahucios, provocados por una kafkiana política económica y social en la que se primaron los intereses de los bancos y las cajas contra los derechos de las personas: la Plataforma d’Afectats per la Hipoteca la PAH. Después vino la sentencia de l’Estatut, cuatro años después de su aprobación en el Parlament, en el Parlamento español y en referéndum. Un año después llegó el movimiento 15M y más tarde una huelga general. En Catalunya, se funda la Assemblea Nacional Catalana.
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El ánimo de la gente empezó a cambiar: de la resignación a la rabia, de la rabia a la protesta y de la protesta a la acción política y social. Yo continuo de autónomo y continuo haciendo fotos, es lo que sabemos hacer, aunque ahora raramente llenen portadas, se quedan en el ordenador esperando mejores tiempos. Reviso las fotos de estos años y confirmo que fue duro, que es duro y que continuará siendo duro.

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